“REPO MEN”, UNA ADVERTENCIA SOBRE
LA GOBERNABILIDAD DEL FUTURO
Héctor Casanueva
LA GOBERNABILIDAD DEL FUTURO
Héctor Casanueva
El thriller “Repo Men”, que alcanzó el cuarto lugar de la taquilla en Estados Unidos, estrenada en países latinos con el pésimo título de “Los recolectores”, se sitúa en un futuro no muy lejano y trata básicamente sobre un tipo de empleados de una empresa privada fabricante y proveedora de órganos para personas que requieren reemplazar el suyo para seguir viviendo, que se dedican de manera cruenta y sin escrúpulos, a recuperar el órgano implantado cuando el cliente que lo ha comprado a crédito no puede seguir pagando las mensualidades. Ello, se entiende, dentro de la legalidad de un contrato previamente firmado por el cliente, es decir, todo conforme a la ley. El sistema tiene la misma lógica que rige actualmente cuando una persona compra a plazos un auto, una casa, o un televisor, y no puede cumplir con el crédito: llega un momento en que le quitan el auto, la casa o el televisor. En Estados Unidos los repo-men son quienes hacen esta labor, solo que en el caso del film, el retiro del bien implica la muerte del moroso. La película, basada en la novela de Eric García “The Repossession Mambo”, si bien se puede clasificar dentro del género de ciencia ficción, no está lejos de la realidad actual en cuanto a la generación de órganos, ya sea artificiales, clonados o mixtos, en la que hoy por hoy están empeñadas empresas privadas que destinan ingentes recursos a la investigación y el desarrollo de lo que se denomina “singularidad”, es decir, la bio-info-cogno-tecnología, que es la convergencia de estas ciencias y técnicas para producir nuevos materiales, nuevas formas de vida e inteligencia artificial, e innovar en su generación, procurando soluciones específicas para la superación tanto de patologías y minusvalías, como para temas de carácter global como la producción de energía, alimentos, la mitigación de los efectos del cambio climático, la web 17.0, mundos virtuales, por citar algunos. Ya existen impresoras 3D capaces de fabricar objetos, y no está lejano el momento en que puedan “imprimir” células y órganos, según afirma con aprensión Salim Ismail, ex vicepresidente de Yahoo! y actual rector de Singularity University de Silicon Valley. Craig Verter, el descubridor del genoma humano, ha conseguido crear vida sintética, una bacteria cuyo padre es, por lo tanto, un computador. Según Ismail, es el inicio de la vida sintética: “yo crecí programando computadores. Los jóvenes ahora crecen programando la Internet. La próxima generación de niños estará programando la vida. No tenemos ningún mecanismo en nuestra sociedad para lidiar con estos adelantos”.
¿Qué significaría lidiar con estos adelantos? Como lo advierte el informe “State of the Future 2010”, del think tank global de estudios de futuro “The Millennium Project”, ni más ni menos que hacerse cargo de las consecuencias éticas, jurídicas y prácticas de estos y cientos de otros descubrimientos en CyT que están ocurriendo cotidianamente en el mundo, sin regulaciones firmes más allá de la propia conciencia de los dueños de los laboratorios privados que los patrocinan y de los científicos que trabajan en ellos. Por una parte, cabe preguntarse hasta donde es lícito llegar, por ejemplo, en la creación de vida. La corriente trans-humanista afirma que la especie humana no es el fin sino el comienzo de la evolución, y que liberada del peso de la biología, tiene ahora en sus manos su propia creación. Podemos aventurar que esta concepción puede conducir a la producción de seres humanos “a la carta”. Ya el 20% de la población norteamericana puede considerarse “cyborgs”, organismos híbridos entre biológicos y cibernéticos, al tener implantado en su cuerpo elementos artificiales que corrigen deficiencias o potencian capacidades. La conexión del cerebro en tiempo real con bases de datos, por la implantación de un chip, es una realidad que revolucionará el concepto mismo de inteligencia y las bases de la educación. Y así hay cientos de nuevas situaciones que nos deberían preocupar, no para frenar la investigación y los avances, sino para asegurar que estos no se nos van de las manos y sean siempre en beneficio de la humanidad. En cuanto a la película que originó este artículo, la pregunta que motiva y queda flotando es si a la producción privada de órganos -y por ende a la salud misma- se puede aplicar la misma lógica comercial y del derecho civil que a la compraventa de objetos y servicios, con futuros “cobradores del frac” y receptores judiciales embargando el corazón, un riñón, los pulmones o el hígado de pacientes morosos. ¿No será hora que nuestros políticos -porque se trata de eso, de decisiones que corresponde al Estado tomar- se den cuenta de lo que viene ocurriendo en el mundo de la ciencia y la tecnología, se genere un debate a fondo para definir anticipadamente los bienes públicos que debe ser preservados, y poner a tiempo los límites desde la ética y el derecho, a las consecuencias indeseadas de dejar solamente en manos de empresas y laboratorios privados cosas tan relevantes para el destino de la especie humana?
¿Qué significaría lidiar con estos adelantos? Como lo advierte el informe “State of the Future 2010”, del think tank global de estudios de futuro “The Millennium Project”, ni más ni menos que hacerse cargo de las consecuencias éticas, jurídicas y prácticas de estos y cientos de otros descubrimientos en CyT que están ocurriendo cotidianamente en el mundo, sin regulaciones firmes más allá de la propia conciencia de los dueños de los laboratorios privados que los patrocinan y de los científicos que trabajan en ellos. Por una parte, cabe preguntarse hasta donde es lícito llegar, por ejemplo, en la creación de vida. La corriente trans-humanista afirma que la especie humana no es el fin sino el comienzo de la evolución, y que liberada del peso de la biología, tiene ahora en sus manos su propia creación. Podemos aventurar que esta concepción puede conducir a la producción de seres humanos “a la carta”. Ya el 20% de la población norteamericana puede considerarse “cyborgs”, organismos híbridos entre biológicos y cibernéticos, al tener implantado en su cuerpo elementos artificiales que corrigen deficiencias o potencian capacidades. La conexión del cerebro en tiempo real con bases de datos, por la implantación de un chip, es una realidad que revolucionará el concepto mismo de inteligencia y las bases de la educación. Y así hay cientos de nuevas situaciones que nos deberían preocupar, no para frenar la investigación y los avances, sino para asegurar que estos no se nos van de las manos y sean siempre en beneficio de la humanidad. En cuanto a la película que originó este artículo, la pregunta que motiva y queda flotando es si a la producción privada de órganos -y por ende a la salud misma- se puede aplicar la misma lógica comercial y del derecho civil que a la compraventa de objetos y servicios, con futuros “cobradores del frac” y receptores judiciales embargando el corazón, un riñón, los pulmones o el hígado de pacientes morosos. ¿No será hora que nuestros políticos -porque se trata de eso, de decisiones que corresponde al Estado tomar- se den cuenta de lo que viene ocurriendo en el mundo de la ciencia y la tecnología, se genere un debate a fondo para definir anticipadamente los bienes públicos que debe ser preservados, y poner a tiempo los límites desde la ética y el derecho, a las consecuencias indeseadas de dejar solamente en manos de empresas y laboratorios privados cosas tan relevantes para el destino de la especie humana?